Lo expuesto por Andrea Insunza en su columna acerca del «Rol del periodista/medios en la Democracia Moderna” es una buena invitación a entrar en un tema fundamental y muy presente en nuestra sociedad contemporánea, y que se ha venido desarrollando desde comienzos del siglo XIX.
Sin embargo, la autora concentra su análisis de manera casi exclusiva en el rol de los medios y el periodismo, dejando a la democracia moderna como un elemento estático, que evidentemente tiene tantos o más problemas que los medios de comunicación y los periodistas. No obstante ello y dado que el ejercicio al que se nos convocó es comentar la reflexión de Andrea Insunza, me concentraré en dos aspectos de lo expuesto en su texto y no en lo que, desde mi perspectiva, podría haber sido el contenido de su columna.
Todo indica que deberemos aprender a pensar de nuevo. Nada se saca con llorar sobre la leche derramada.
1.- No puedo estar más de acuerdo con lo expuesto en torno a la profundidad de la crisis actual de los medios y del periodismo, que en la introducción del texto y siguiendo al influyente periodista Martin Baron, se grafica con la imagen del desgaste del poder del cuarto poder. También me parece relevante la pregunta acerca del por qué a la gente ya no le impacta lo que dicen los periódicos o, lo que es aún más preocupante, la afirmación que plantea que la verdad o la versión más completa de la verdad ya no genera impacto en el público. Es decir, siguiendo a Baron, las viejas reglas del periodismo ya no aplicarían y la opinión pública ya no procesaría la información como lo hacía antes.
Antes de proseguir, pienso que es necesario precisar que aquí estamos hablando del denominado periodismo de calidad, siguiendo el clásico paradigma del New York Times (1896) y que después fue adoptado y adaptado por los medios de comunicación masivos –radio y televisión- en el siglo XX. Es decir, estamos haciendo referencia a un tipo de periodismo que surgió como respuesta a los excesos de la prensa amarilla a fines del siglo XIX. Desde su inicios, tanto esta prensa sensacionalista como la de calidad, ambas con aspiración de masividad, se financiaban por medio de la publicidad, que en lo fundamental permitió bajar el precio de venta de cada periódico al precio simbólico de un centavo, y sobre todo adquirir alta tecnología de impresión, sofisticar los sistemas de distribución de los diarios y contratar periodistas profesionales. Aquí se vendían noticias y también publicidad. Aunque a algunos no les no guste, huelga decir que ambas dimensiones no eran ni son separables. Este fue por más de un siglo el modelo de negocio de la prensa y los medios modernos de comunicación, que es el que hoy está en una crisis profunda. Antes de la prensa moderna hubo una prensa eminentemente política, de elite, cuya finalidad era influir en la opinión pública, pero que por ser relativamente cara en su precio por ejemplar y con contenidos más bien eruditos y no periodísticos, era muy poco leída. Este breve resumen debe servir para entender que al igual que el sistema democrático, el periodismo y sobre todo los cánones del buen periodismo son parte de un proceso histórico, de una construcción en el tiempo que nos permitió acceder, a costos muy bajos para los usuarios, a información confiable y de calidad.
Efectivamente ante una crisis uno puede intentar resistir, pero para que esa resistencia no sea en vano es preciso tener claros los fundamentos que históricamente explican el nuevo escenario en el que nos estamos moviendo. Y ahí todo indica que las noticias nacieron y se entendieron como una mercancía, como un bien que fue adquiriendo valor en el contexto de la revolución industrial, de la urbanización, de la alfabetización de las masas, de la sociedad de consumo, de la publicidad y también de la democratización de las sociedades.
2.- Cabe ahora abordar la cuestión relacionada con la afirmación de la autora de la columna, tomando a Baron como referencia, en relación a que en la actualidad estaríamos ante un rechazo al buen periodismo y a la figura de un árbitro independiente por parte de la opinión pública. En esa misma línea, y con cierto dramatismo, a continuación la autora plantea la pregunta de Baron acerca de lo que pasaría si en realidad el público estuviera rechazando la idea de contar con un árbitro independiente que se pronuncie sobre lo que es verdadero o falso, y de cómo funcionaría la democracia si no pudiéramos ponernos de acuerdo en un conjunto de hechos básicos. Desde mi perspectiva, todo indica que no se trata de un rechazo explícito por parte de las audiencias, sino más bien del hecho que los medios que desarrollan el buen periodismo se han ido tornando irrelevantes, pues el público, y gran parte de la élite y de las generaciones más jóvenes ya no los consumen. O sea, no es rechazo, pero sí es irrelevancia ante la irrupción de nuevas plataformas y medios, mucho más atractivos para los grandes y nuevos públicos, y por ende también más seductores para los avisadores.
Visto así, acompañando a las resistencias y meas culpas por los errores o excesos cometidos, el asunto sería más bien buscar dónde y cómo poder insertar el buen periodismo en los nuevos medios y plataformas, teniendo claro que no basta con afirmar que éste es fundamental para el buen funcionamiento de la democracia, pues este tipo de periodismo no nació, como vimos, en función de esa necesidad.
Obviamente el buen periodismo es importante para el sistema democrático, pero no debemos dramatizar en exceso esta cuestión, pues de perseverar en esa línea solamente dificultaremos una buena y justa comprensión del problema, que es mucho más compleja y larga de analizar.
En función de todo lo anterior, afirmo que estoy de acuerdo con Andrea Insunza en que no debemos abandonar la tarea de informar a los ciudadanos sobre los asuntos relevantes; pero al mismo tiempo debemos abordar el desafío de innovar y desarrollar nuevas formas para entregar esa información al público, que es muy importante para la democracia, pero que también es un bien de consumo que se vendió –y se sigue intentando vender- a las grandes audiencias.