En momentos en que en Chile se está viviendo cada día en forma más aguda la crisis de los medios de comunicación, tanto de los tradicionales de papel como de la televisión, la periodista Andrea Insunza nos invita de manera original a reflexionar respecto a los desafíos que se plantean a nuestra profesión.
Con mirada lúcida, ella aborda algunos de los delicados problemas que aquejan al periodismo de nuestros días, golpeado por la revolución tecnológica, por el impacto de las redes sociales, y sobreviviendo en el caso chileno en medio de un ambiente donde se ha perdido la confianza en las instituciones políticas, religiosas y uniformadas.
Si uno intenta describir el escenario, aparece a nuestros ojos el impacto de lo inmediato y de los impulsos emocionales. Uno percibe -especialmente en las generaciones más jóvenes- que el twit, facebook, instagram o sus variantes de moda reemplazan a la lectura más reposada. Y los circuitos cerrados de los «amigos» que piensan igual se refuerzan con sus «likes» -«me gusta»- ante un titular o una frase cualquiera, ocupando el lugar de la información y la opinión documentada.
Entretanto, al leer lo que se escribe en algunos medios uno se pregunta dónde quedó el espacio para el reporteo en terreno, para la consulta a diversas fuentes, para miradas que vayan más allá del instante, que indaguen en la historia y en la memoria e incorporen matices en los relatos. Parece evidente que, en general, faltan datos y testimonios que aporten antecedentes. Falta perspectiva ética y sentido crítico. Suele ocurrir que la primera afirmación que alguien emite sobre una persona se acepta como «verdad», sin confirmación posterior. Solo muy excepcionalmente se puede leer o ver un reportaje logrado.
Parece ser escaso el tiempo para la reflexión. Son evidentes los límites para el conocimiento de lo que realmente ocurre y para el debate profundo que pueda contribuir a ver lo que nos sucede como sociedad; a develar los muchos problemas de diversa índole que se esconden en la vorágine de la sobreinformación.
Incluso ante la amplia cobertura sobre protestas sociales, como las del movimiento feminista que ha captado el interés público en Chile en los últimos meses hemos podido apreciar que abundan las imágenes llamativas y las denuncias sobre acosos y abusos, los manifiestos y declaraciones con sus exigencias y sus promesas. Pero al mismo tiempo, en medio de esa ola -como se la ha llamado-, uno echa de menos indagaciones más profunda que ayuden a explicar motivos y razones del estallido que se vive; que investiguen, por ejemplo, en por qué esta irrupción se ha producido hoy y no hace dos, tres o diez años. Que hablen de las historias de mujeres en Chile desde los inicios de la República y desde antes. De sus vidas, sus luchas y sus avances. Que cuenten de personas como Eloísa Díaz, la primera mujer médica, que a fines del siglo XIX tenía que ir acompañada por su madre a la Universidad de Chile para recibir clases detrás de un biombo. O -sin ir más lejos- sería interesante recordar las tantas batallas que mujeres chilenas dieron contra la dictadura de Augusto Pinochet, cien años después.
La historia -estoy convencida- no solo nos aporta fuentes, sino que es una aliada de nuestro trabajo, porque entrega una perspectiva que permite ir más allá de lo inmediato y ayuda a comprender el presente.
Preocupa también observar en nuestro periodismo que cuando un tema «ocupa la agenda» todos los medios tienden a seguir el mimo compás y se olvidan otras realidades. Poco se habla, por ejemplo, de las profundas desigualdades socioeconómicas y su relación con el poder que viene imperando en este país desde hace décadas. Solo notas y a lo más algún reportaje cuando estalla alguna noticia escandalosa referida a un empresario o a tal ejecutivo. Pero falta profundidad, relación entre unos y otros acontecimientos. No basta la casuística ni la entrevista a un personaje que opine sobre un tema para realmente cumplir con el rol social que debiéramos tener.
Pero esto no solo sucede en este país. Resultan muy pertinentes las citas con que Andrea Insunza inicia su ensayo al referirse a las preguntas del periodista Martin Baron, ex director de The Boston Globe, quien fue clave para revelar los escándalos de la Iglesia Católica en Boston y que hoy dirige el Washington Post. Baron está inquieto -dice Andrea Insunza- porque «las viejas reglas del periodismo ya no aplican». La punzante pregunta de Barón «¿Qué pasa si en realidad el público rechaza la idea misma de contar con un árbitro independiente que pronuncie sobre lo que es verdadero o falso?» queda planteada. Y tras esa interrogante viene otra sobre el funcionamiento de la democracia. La misma autora reitera más adelante algo que quienes nos dedicamos a esta profesión concebimos como parte esencial de ella y de nuestro bagaje ético: «La libertad de expresión es un pilar de la democracia, entre otras cosas porque le otorga garantías al periodismo para escrutar el poder público y privado».
¿Qué hacer ante esta realidad que a ratos parece aplastarnos? Para Andrea Insunza, resistir es lo primero, y luego -ella señala- como camino, experimentar. En el transcurso de su escrito llama la atención un párrafo que resume en pocas y simples palabras parte de lo que se está viviendo en el periodismo hoy por hoy: «Mucho clickbaitt en vez de investigación; mucha cobertura centrada en polémicas frívolas antes que debates de fondo; mucho charlatán en vez de expertos». Habría que agregar a esa lista que suele uno advertir mucho eslogan en lugar de datos, mucha frase lapidaria sin fundamento, mucho calificativo y poco sustantivo. Y usualmente, acusaciones sin probar y juicios sin fuentes responsables. Y qué decir de lo que con frecuencia circula por redes sociales que en los hechos pretenden suplantar al ejercicio periodístico.
Por eso, también parece muy oportuna la advertencia de Andrea Insunza: «La revolución digital que por un lado podría ser la era de la democratización de la información podría ser también la era de la polarización, y por lo tanto, de la desinformación y la desconfianza».
Para ella, uno de los caminos que permitirían salir de esto sería «generar confianza». Y señala que «si las noticias tienen que abrirse espacio entre múltiples estímulos, cámaras de eco, rumores, medias verdades, manipulaciones y mentiras, tenemos que ofrecer algo distinto: sí, información de calidad, pero también transparencia, horizontalidad, empatía». Pero en este clima que se está viviendo eso no es fácil.
En Estados Unidos y en países europeos desde hace un tiempo se ha impuesto en el ejercicio periodístico el denominado fact-checking , que no es otra cosa que la verificación sistemática de lo que dice como camino para echar abajo las noticias falsas, las mentiras que circulan por redes y hasta por los medios. Es, sin duda, una práctica digna de ser aplicada.
Asimismo, Andrea Insunza destaca la importancia de reconocer públicamente los errores, y lo que denomina «mostrarnos»; esto equivale a describir cómo se llegó a tal tema, cuál fue el recorrido emprendido para acceder y abordar las diferentes fuentes, algo así como la trastienda del trabajo periodístico. Lo primero, lo creo necesario; lo segundo puede ser interesante, pero no estoy segura que sea especialmente atractivo para el público, al menos en estas latitudes. Más que «mostrar» el método con tanto detalle que podría resultar incluso tedioso, prefiero insistir en la necesidad de investigar a fondo con una perspectiva ética -incluso para una información o crónica breve-; entrevistar cuando lo estimamos adecuado, si basamos nuestro trabajo en testimonios o conversaciones en profundidad; citar las fuentes y si presentan reservas, intentar convencerlas de que den la cara; y, junto a eso, no olvidarnos que observar y escuchar los hechos y situaciones investigadas nos darán material valioso para nuestros relatos. Todo eso contribuirá, a la vez, a sostener la credibilidad y la confianza del público.
Me llamó también la ausencia de algo que Andrea Insunza no señala en este artículo en forma explícita, pero que lo considero clave: buscar la mejor manera de comunicar, de generar el relato, es decir, preocuparse de estructurar y componer lo mejor posible lo que hemos investigado. Creo que esto es necesario si se trata de periodismo escrito, sea este impreso o digital. El rol que juega la redacción fluida y desde luego correcta, el lenguaje lo más claro y ágil posible será vital para transmitir lo que hemos indagado, para dar a conocer el resultado de nuestras investigaciones y para captar el interés de los lectores. Y también eso aplicaría desde luego para lo audiovisual. Un buen reportaje televisivo o un documental que siga el rigor del método periodístico puede constituir un gran aporte al conocimiento de la realidad y puede atraer -desde luego- al espectador, sin recurrir a lo que con frecuencia se ve más parecido a un estridente show.
A simple vista, es lamentablemente que ocupados de los avisos publicitarios antes y de los clicks ahora los dueños de medios de comunicación hayan perdido la brújula de tal manera que progresivamente hayan renunciado a desarrollar el periodismo de calidad. Pero también no hay que ser muy perspicaz para entender que en el caso chileno donde desde hace décadas se ha vivido una concentración de medios sin parangón, no ha habido interés en cultivar ese periodismo precisamente porque los medios en sí son parte del poder. Y desde la dictadura no hemos avanzado en traspasar las cortinas de incomunicación en que esta realidad nos ha sumido.
Por eso, es que algunos de nosotros hemos «derivado» hacia la investigación publicada en libros como camino para hacer periodismo desde otra vereda. Entendemos que esto ha sido una forma diferente de resistir y contribuir a la democracia. Pero sabemos que eso no basta al compartir el juicio de que sin buen periodismo no podemos tener una plena democracia.
Más de alguna vez he soñado que si se revertiera el círculo vicioso que obliga a los medios a financiarse por la publicidad sin poner antes la calidad, se podría avanzar mucho en esto. No me gusta hablar de «producto» cuando nos referimos a nuestro trabajo periodístico. Pero si estuvieran dueños, directores, editores y periodistas más preocupados de hacer en serio un «producto» de calidad, podríamos imaginar que la necesidad por saber lo que realmente ocurre tendría interesados en conocer que pagarían por eso. Y no estallarían los problemas de un día para otro.
Como sociedad creo este debería ser un tema prioritario que hasta ahora ni gobernantes ni parlamentarios ni otros actores sociales han encarado. Tampoco columnistas ni voceros de los diferentes colores han planteado especial inquietud en estos asuntos que siguen siendo abordados casi exclusivamente por periodistas. Apenas en tiempo de campaña algunos candidatos aludieron en parte a estos tópicos… Pero después se vuelve a la normalidad, al acostumbramiento a una situación cada día más delicada e insostenible. Las cortinas de silencio, la desinformación, las noticias falsas o las medias verdades, la manipulación y el vacío de periodismo de calidad continúan entretanto generando heridas graves en la débil y desconfiada democracia chilena.