Andrea Insunza hace un análisis asertivo sobre los desafíos del periodismo en la era de la posverdad, cuando no se reconocen árbitros independientes que puedan determinar lo que es verdadero o falso, y cuando la existencia misma de una realidad común parece estar en duda. Propone enfrentar estos desafíos reafirmando las máximas periodísticas tradicionales y experimentando con nuevas ideas. Aunque todas sus propuestas me parecen válidas, mi perspectiva científica me hace pensar que es esencial que el periodismo futuro no sólo informe a la sociedad, sino que también sea un ejemplo de cómo analizar temas complejos y argumentar de manera racional.
Mi conexión profesional con la posverdad comenzó como un problema matemático. Hace algunos años, con colegas del instituto Max Planck en Alemania, estudiamos modelos de formación de opinión en redes complejas. Estos representan cómo grupos de individuos van cambiando de opinión y de fuentes en una red social. Nuestro trabajo mostró que las redes que siguen ciertas condiciones de conectividad, similares a las que se dan en internet, se fragmentan mucho más fácilmente que las redes sociales pre-internet, en las que nos informábamos por medios de difusión masiva o conversando directamente con amigos. Cuando se da esta fragmentación, la red se divide en dos o más subredes sin ninguna conexión entre ellas. Todos los individuos de cada subred tienen la misma opinión, distinta a la de las otras subredes. Esta situación es muy diferente a las dinámicas de cuasi consenso o de diversidad de opiniones que se debieran dar en sociedades integradas. Aunque este modelo es muy simple, está diseñado para capturar propiedades sistémicas de las dinámicas de formación de opinión bajo ciertas condiciones. Así, antes de que la posverdad saltara a primer plano con la elección de Trump, o que proliferaran las noticias falsas y los bots computacionales que las promueven, nuestros resultados mostraban que el avance de internet, junto con tendencias humanas naturales como la homofilia (asociarnos a los que piensan como nosotros) y el sesgo de confirmación (creer lo que confirma nuestros prejuicios), nos llevarían casi inevitablemente a fragmentarnos en tribus que sólo escuchan a sus propios miembros, donde el mundo real y los hechos objetivos son menos importantes que las creencias del grupo. Es decir, un análisis matemático sistémico mostraba que tanto las burbujas de filtro como la posverdad emergerían cada vez más en nuestra sociedad digital.
Lo que nuestro modelo no podría haber predicho es hasta qué punto distintos intereses políticos y comerciales se aprovecharían de esta fragmentación para imponer “verdades alternativas” a su conveniencia. Tampoco cómo estas posverdades se asentarían en un mundo en el que ya pocos creen en expertos, en instituciones o en cualquiera que trate de hablar con autoridad racional. Éste es el mundo de la posverdad en que se desarrolla hoy el periodismo. Para enfrentarlo, no basta con informar mediante buen periodismo. Como es un problema sistémico, la posverdad sólo se podrá detener cuando distingamos entre un discurso racional bien sustentado y uno que sólo es válido dentro de una burbuja de filtro. El nuevo periodismo puede cumplir un rol fundamental en mostrarle a la sociedad cómo hacer esta diferencia.
Primero, es necesario que el discurso del periodismo real se distinga claramente del de las noticias falsas o de los comentarios en las redes sociales. Su argumentación debiera ser mucho más rigurosa e informativa, lo que requiere dejar atrás un cierto prejuicio de imparcialidad ignorante que se ha hecho común en algunos medios. Un argumento lógico no se puede presentar como equivalente a una falacia. Las justificaciones que llevan a una comunidad creciente de personas en internet a afirmar que la Tierra plana no son igualmente válidas que la evidencia que muestra que es esférica, por lo que la prensa no debe presentar a las dos imparcialmente. Para distinguirse del ruido en internet, es más importante argumentar honestamente desde un punto de vista declarado que pretender imparcialidad absoluta. Un periodismo que argumenta a partir de una tesis clara, presenta una antítesis bien argumentada y concluye con una síntesis honesta aparecerá mucho más imparcial que uno que pretende no tener opinión. Le mostrará además a su audiencia cómo desarrollar argumentos críticos y rigurosos, distinguiéndose así de lo que se encuentra en los foros digitales..
Segundo, en un mundo inundado de datos, donde la ciencia y la tecnología transforman nuestra vida cada día, el periodismo tendrá que mostrar más capacidades científico-matemáticas. No me refiero a que resuelva ecuaciones, pero sí a que sea capaz tanto de contradecir falacias argumentativas como de explicar información cuantitativa compleja. Si el periodismo denunciara a todos los argumentos ad-hominem, de hombre de paja, que evitan el tema, etc., se distinguiría fácilmente de las noticias falsas y de las discusiones comunes en internet. Si explicara más claramente lo que nos dicen los datos, revelaría el uso deshonesto de las estadísticas. Mostraría cómo muchas veces se usan promedios para ocultar lo que revelan distribuciones complejas o se citan casos anecdóticos para argumentar contra la evidencia estadística. Esto le daría una autoridad especial sobre los que tratan de imponer hechos alternativos.
Finalmente, para que el periodismo pueda mantener su reputación y distinguirse de quienes promueven la posverdad, es esencial que trate una mayor diversidad de temas con profundidad. Que vaya más allá del mínimo común denominador de sus audiencias. No basta con no caer en la tentación del “clickbait” o de la prensa sensacionalista, se debe también dejar de asumir que la atención de la audiencia es monotemática. Cuando sólo un puñado de temas y perspectivas se tratan en la prensa, muchos buscan noticias alternativas que fácilmente los pueden llevar a “realidades alternativas”, porque asumen que algo les están escondiendo.
En un mundo donde muchos tenemos voz y acceso a grandes cantidades de información, pero pocos tienen la costumbre de argumentar rigurosamente, el periodismo no sólo debe entregar información completa y fidedigna, sino que también ser un ejemplo de discusión lógica basada en hechos objetivos. Solo así la prensa podrá contribuir a la democracia y a la sociedad con información fundamentada y con un cuestionamiento racional de la autoridad que ningún otro poder puede entregar.