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Esta editorial pertenece al foro: ¿Para qué necesitamos el mérito?

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Desde el momento en que el concepto fue acuñado (Young, 1961), la idea de meritocracia ha sido objeto de crítica, ya sea por su limitado rol en la práctica, su carácter de promesa incumplida, o por asignar responsabilidades individuales a problemas cuyo origen es colectivo o estructural en nuestras sociedades. Por nombrar algunas de sus críticas, la meritocracia ha sido calificada desde temprano como una mera ilusión (Bourdieu), y en el último par de años, como una “mentira noble” (Peña, 2020), una “trampa” (Markovits, 2019) o de frentón una “tiranía” (Sandel, 2020).

La mayoría de las críticas que se han formulado a la idea de meritocracia ha surgido en sociedades con un nivel de igualdad entre sus habitantes considerablemente mayor al que exhiben las sociedades latinoamericanas como la chilena. En consecuencia, resulta interesante entender el rol de la meritocracia en países como el nuestro, donde la desigualdad parece ser un atributo mayor. ¿Sirve la meritocracia como principio fundante del orden social hacia el cual avanzar? ¿Qué riesgos corremos al otorgarle mayor importancia como esquema de retribución social?

Como verán nuestros lectores, la respuesta a esta pregunta no puede ser una mera adaptación de la crítica a la realidad local. Vale la pena profundizar en su aplicación a un contexto como el de un país como Chile, y preguntarnos más fundamentalmente: ¿Para qué necesitamos el mérito?

Esta es precisamente la pregunta que le pedimos al académico y doctor en sociología Jorge Atria responder. Atria ve en la meritocracia un ideal muy difícil de alcanzar y lejos de ser algo deseable para la sociedad. Sin embargo, afirma, ello no puede hacernos perder de vista aquello que es necesario rescatar de la noción de mérito. La clave vendría por el carácter y naturaleza de la desigualdad en sociedades como la chilena. Dadas las circunstancias socio-históricas y el rol que ha jugado el Estado en la construcción de nuestras desigualdades, no podemos desechar al mérito en nuestra agenda política futura. Comprendido el rol del mérito y aquello que nos puede aportar en este contexto, lo siguiente es re-pensar el balance entre dos tipos de igualdades, la de oportunidades y la de resultados.

Para discutir los planteamientos de Atria convocamos a un excelente grupo de comentaristas de distintas disciplinas. Todos coinciden en el aporte del texto principal del foro, pero empujan al autor a abordar distintas dimensiones. Por ejemplo, respecto de la importancia del mérito en la definición e identificación de clases medias (Barozet), o pensar más detalladamente la relación entre mérito las igualdades de oportunidades y de resultados (Contreras), o la aplicabilidad de la noción de mérito en el contexto del mercado mercado laboral y el mundo del trabajo (Cociña y Salgado), o la necesidad de diversificar la discusión sobre meritocracia en otros ámbitos y formas de estratificación y exclusión (Cociña), o elevar la discusión hacia un nuevo ethos y preguntarnos seriamente si nos interesa o no vivir como iguales (Salvat) o, finalmente, entender que las frustraciones de las expectativas meritocráticas son en sí un problema colectivo (Urbina).

Los invitamos entonces a continuar la reflexión que acá dejamos. Agradecemos a Jorge Atria, quien además es miembro de nuestro consejo asesor, y a todos los comentaristas que participaron en este nuevo foro.