En primer lugar, quisiera utilizar este espacio para agradecer a las y los comentaristas, por su tiempo y disposición a leer mi artículo y por ofrecer sus análisis a este tema desde sus variadas disciplinas y puntos de vista. Sus aportes a esta discusión en sus múltiples trabajos previos como en los comentarios a mi artículo son muy valiosos y he aprendido mucho con ellos, descubriendo las limitaciones y sesgos de mi mirada sobre el mérito y la meritocracia.
La riqueza de los comentarios excede por lejos lo que puedo ofrecer en este texto, de modo que más que responder a ellos, intentaré entregar algunas precisiones o ideas adicionales, sea para dar cuenta de los aprendizajes que derivan de todos los comentarios, o para expresar nuevas ideas. En ambos casos, el propósito principal es no cerrar esta discusión, sino más bien seguir abriéndola, para hacerle justicia a la profundidad del tema y a la magnitud del que considero un desafío importante para pensar la vida en sociedad y los bienes comunes en el presente y futuro.
En un primer nivel, recojo la pregunta que plantea Pablo Salvat -si nos interesa vivir juntos como iguales- como marco general para una discusión que envuelve los alcances y límites del mérito. En el fondo de las reflexiones sobre el mérito y la meritocracia siempre han residido preocupaciones amplias sobre la convivencia social. La ironía con que Young presentaba algunas de estas preocupaciones -por ejemplo en el “Manifiesto de Chelsea”- no eran sino una reflexión sobre cómo un modelo meritocrático podía amenazar la vida colectiva acentuando en lugar de reduciendo las desigualdades, al promover ciertos atributos personales y conferir legitimidad a un orden social que enaltezca o inferiorice a las personas a partir de ello. Dicho orden social también afecta la convivencia al negar una pluralidad valórica -que permita valorar a las personas atendiendo a distintos tipos de virtudes, criterios y habilidades- y con ello descartar la tolerancia hacia las diferencias individuales y el desarrollo de distintas capacidades humanas. Cuestionar la centralidad del mérito y la meritocracia es, en este sentido, reabrir el espacio para una reflexión sobre igualdad, pero también dignidad, pluralismo y solidaridad social, donde sean posibles distintas trayectorias de vida para dar expresión a diferentes singularidades sin arriesgar con ello el maltrato social o la pérdida de dignidad.
Aquí valoro también el punto que plantea Daniela Urbina, en el sentido de que las frustraciones individuales que derivan de la crisis meritocrática son un problema colectivo y no individual. Si esto es así, las respuestas a en qué espacios el mérito es necesario, y en qué ámbitos se requieren criterios distintos de asignación de recompensas sociales no pueden soslayar el foco en el bienestar colectivo y las condiciones básicas, económicas, sociales e institucionales que lo hagan posible. Si los factores estructurales son parte importante de la explicación de trayectorias individuales profundamente divergentes, es necesario balancear la preocupación por los incentivos individuales, el aprovechamiento de oportunidades y la reducción de obstáculos para la competencia con la discusión sobre bienes comunes, aseguramiento de la dignidad y condiciones mínimas para el bienestar. Aquí vuelvo también a Pablo Salvat: las reformas de política no son suficientes, se requiere la construcción de un ethos de justicia. Siguiendo a Sandel y a otros autores, tal transformación resalta la necesidad de una justicia contributiva y el foco en acuerdos democráticos en torno al bien común .
Pensar en bienestar colectivo y bienes comunes no puede sin embargo hacer olvidar que, como afirman Emmanuelle Barozet y Matías Cociña, el mérito es parte de la autoestima individual y opera como criterio evaluativo de los esfuerzos y sacrificios individuales a la vez que como dispositivo de cuestionamiento de las elites. Por estas razones, no es fácil de matizar o complementar. El anhelo de un “socialismo individualista” que rescata Emmanuelle Barozet del testimonio de un participante en sus trabajos empíricos grafica muy nítidamente su argumentación en torno a un modelo del futuro que debería combinar un piso social sosteniendo a la vez el mérito individual.
Esta fórmula -piso social más mérito individual- me parece un asunto de enorme relevancia porque plantea diversos desafíos. Por un lado, como plantea Dante Contreras, detrás de políticas para impulsar nuevos pisos sociales y políticas de bienestar expandidas no sólo hay que repensar arreglos institucionales -afectando la viabilidad de las reformas al generar costos para quienes tienen hoy posiciones de privilegio- sino que también hay que lidiar con desigualdades acumuladas cuyos efectos perdurarán por generaciones. En esto coincido con Dante Contreras en que incluso logrando por ejemplo cambios inmediatos en áreas como la educación, persistirían brechas y privilegios de riqueza y cuna en la medida que se trata de diferencias estructurales operando en diversos ámbitos al mismo tiempo.
Por otro lado, como plantea Matías Cociña, haciendo también referencia a Elizabeth Anderson (2021), junto con complejas reformas y brechas estructurales intergeneracionales, también se requiere comprender una diversidad muy grande de grupos vulnerables y trabajadores cuyas demandas de dignidad y reconocimiento no son homogéneas. Siguiendo el punto de Cociña, las formas de estratificación y segmentación social se han multiplicado. Consiguientemente, para Anderson la redistribución económica debe compatibilizarse con un trabajo digno, un salario decente y también otras medidas que apunten al trato y respeto en tiempos en que la precariedad y la exclusión a menudo se intersectan con el género, la pertenencia a un pueblo originario, el status migratorio, el apellido o la orientación sexual.
Rosanvallon (2012) argumenta que las aspiraciones de singularidad sólo pueden tomar forma en la relación con otros. Una “igualdad de singularidades” implica que cada persona se manifieste a través de lo que le es propio; múltiples caminos pueden ser encontrados y transitados, en un contexto de reconocimiento dinámico de particularidades. Para Rosanvallon, esto implica una suerte de expansión de la democracia; en tanto régimen político, debería pasar a entenderse también como forma de sociedad. Para las políticas públicas, esta concepción redunda en una redefinición que consiste en proporcionar a las personas los medios necesarios para su autonomía, concibiendo “las políticas sociales como dispositivos de constitución del sujeto” (2012:324) y al estado como un “Estado-Servicio” o “Estado -Capacitante” que no puede entenderse sólo como un asignador de servicios y administrador de reglas universales, dando un nuevo contenido a la noción de derechos para dar espacio a la reformulación de las condiciones de libertad y autonomía (2012:325).
En suma, se trata de repensar y profundizar políticas que no sólo especifiquen el lugar del mérito sino también lo complementen con otros criterios y lógicas que van mucho más allá de transformaciones en el mundo educativo, trazando nuevas exigencias para la concepción general de las políticas públicas y para la noción misma de Estado.
En un segundo nivel, me parece que es necesario dar la máxima importancia a un punto resaltado especialmente por Constanza Salgado, pero también por Emmanuelle Barozet y Matías Cociña, en torno a la esfera laboral como espacio donde se pone en juego la medición del mérito y la asignación de recursos siguiendo sus indicadores. Constanza Salgado discute con el argumento de Hayek de que el mercado no remunera en base a mérito, pero que aún así el mérito es necesario en tanto ilusión, con la doble función de motivar el trabajo -para aumentar la motivación y eficiencia de las personas- y fortalecer la tolerancia a las grandes diferencias salariales. El punto acá es que el mercado define salarios a partir de criterios subjetivos, sin embargo marcando socialmente la contribución de cada uno a la sociedad, de modo tal que contribuciones poco o mal valoradas por el mercado serán ignoradas. Este punto es muy importante porque da cuenta con mucha claridad de la arbitrariedad de las contribuciones meritorias y de su condicionamiento sociohistórico, toda vez que distintas habilidades alcanzarán notoriedad, remuneración y valor en distintas épocas.
Pero además el foco en el trabajo es importante porque, como adecuadamente enfatizan Salgado y Cociña, allí se ponen en juego los diferenciales de poder entre personas y grupos. Mientras la economía neoclásica determinaría la contribución social a partir de la productividad marginal de cada trabajador -a condición de que el mercado sea competitivo- es cierto como señala Salgado que los mercados perfectos distan de ser la norma, representando más bien constelaciones de valores, poder e intereses, funcionando como dispositivos político-económicos donde la competencia no está asegurada o donde pueden existir distintos tipos de competencia (Swedberg, 1987; Fligstein, 1996). Existiendo en Chile bastante evidencia de mercados imperfectos y relaciones muy desniveladas entre trabajadores y empleadores, como también de numerosos ejemplos de humillación, discriminación y abuso laboral, compatibilizar el mérito con otros criterios y formas de valorar a las personas obliga a ver en el trabajo un espacio donde son necesarias transformaciones prioritarias. Desde luego, donde hay diferencias profundas de poder no basta con mejoras salariales o medidas individuales: transformaciones sustanciales implica un mayor equilibrio de las relaciones entre trabajadores y empleadores, fortaleciendo el diálogo y capacidad de negociación de los trabajadores vía sindicatos y otras formas de acción colectiva. Para Anderson (2021), esto es importante porque poder y respeto se relacionan estrechamente, de modo que enfrentar la incapacidad de dar el merecido reconocimiento a la contribución que hacen las y los trabajadores implica la redistribución de voz e influencia. Por supuesto esto no acaba ahí: la pandemia recuerda que el reconocimiento del trabajo doméstico, de las disparidades brutales en el valor que se le otorga a la economía del cuidado frente a otros tipos de trabajos, y los perjuicios sistemáticos a las mujeres en detrimento de los hombres son parte del amplio conjunto de desafíos en este ámbito. El hecho de que en Chile haya generado discusión recientemente el tema de la codeterminación en el marco de los debates entre algunas/os presidenciables parece en ese sentido saludable para aterrizar estas ideas a futuro, aunque es demasiado incipiente para formarse la expectativa de que no va a quedar sólo en esas ideas.
El trabajo representa una esfera predistributiva, y en mi artículo los ejemplos incorporaban también la esfera redistributiva, por ejemplo en el ámbito tributario. De este foro y de las ideas planteadas por las y los colegas se pueden extraer muchos ejemplos más. Mi impresión es que, con todas sus limitaciones, la discusión a este nivel es necesaria porque -y quisiera finalizar retomando esta provocación- en él se juegan las mayores urgencias. En mi incapacidad de plantearlo -como notaron Salgado y Cociña- se podría entender que la filosofía ha abordado insuficientemente la igualdad de oportunidades, la igualdad de resultados y sus diferencias, o bien que la igualdad de oportunidades es siempre confusa faltando planteamientos serios y estrictos en esta materia. Por cierto no es así. Mi argumentación buscaba enfatizar que aunque en la teoría el tratamiento de estos conceptos es sistemático y profuso, en el debate público definitivamente se expresan cosas muy distintas cuando se habla de igualdad de oportunidades. Algunos autores también sostienen que la discusión en la teoría es confusa -como el ejemplo que mencioné de Rosanvallon-, pero para mí lo central es -en línea con lo que señala Dante Contreras- que en el debate cotidiano de ideas y políticas públicas el reinado de la igualdad de oportunidades ejerce influencia sin contrapeso, y en nombre de la igualdad de oportunidades se proponen políticas públicas precisas y bien diseñadas tanto como se expresan intenciones ambiguas de menor desigualdad sin ningún trasfondo. En mi artículo me interesaba resaltar que el profundo -y a ratos lapidario- debate teórico en torno a los problemas del mérito y la meritocracia no ha tenido correspondencia con igual fuerza en el debate de políticas públicas. Llevar este debate crítico a las políticas públicas y a las ideas en torno a qué igualdad es deseable implica tomarse en serio las insuficiencias de planteamientos que, con buenas o malas intenciones, insisten en la necesidad de que las personas aprovechen las oportunidades que tienen para surgir en la vida, que quienes ocupan las posiciones inferiores desaprovecharon sus oportunidades, o que todo lo que necesitamos es nivelar la cancha para reducir seriamente nuestras desigualdades. Analizando Chile, si todos los pilares fundamentales de las personas -como plantea Emmanuelle Barozet con foco en las clases medias- son frágiles e inciertos, y domina la sensación de que con todo lo que me esfuerzo debería estar en un lugar más tranquilo, es claro que “aprovechar las oportunidades” no alcanza, o como señala Barozet, que el mérito no tiene el mismo rendimiento para todos. Examinar las herramientas y mecanismos que permiten esto y que pueden desafiarlo -educación y trabajo, pero también otros ámbitos tanto en predistribución como en redistribución- es una tarea primordial en las sociedades actuales.
Si hay una tiranía, una trampa o una mentira noble en el mérito, y con ella observamos la meritocracia como un orden imposible, implausible e indeseable, repensar las dinámicas sociales, políticas y económicas que degradan el valor personal, el merecimiento de lo básico y la dignidad en grupos importantes de la sociedad, es necesario refinar la discusión sobre los criterios que están a la base de las políticas sociales y económicas más significativas, definiendo si en cada caso son oportunidades, condiciones, resultados o posiciones lo que permitirá fortalecer la tolerancia, el respeto por las singularidades, la valoración de cualidades diversas y la solidaridad intersubjetiva.
Referencias
-Anderson, E. (2021). The broken system. What comes after meritocracy? The Nation, February 23. Available at: https://www.thenation.com/article/society/sandel-tyranny-merit/
-Fligstein, N. (1996). Markets as politics: A political-cultural approach to market institutions. American Sociological Review 61(4): 656-673.
-Rosanvallon, P. (2012). La sociedad de los iguales. Barcelona: RBA.
-Swedberg, R. (1987). The sociology of markets. Current Sociology 35(1): 105-119.