Comentario por:
Ana María Stuven
Reacción al foro
Origen y Futuro de la Teología de la Liberación
Volver al foro

La actual crisis de la Iglesia chilena justifica e inspira una reflexión teológica como la de Jorge Costadoat. El texto asume la tarea de pensar la teología de la liberación desde su historia a fin de proyectarla hacia el futuro, identificando sus nudos problemáticos y sus desafíos en la situación actual de la iglesia latinoamericana. Respecto de su surgimiento, esta teología asumió el método de las ciencias sociales para pensar la realidad latinoamericana a partir de la disputa ideológica y política de los años 60. Marxismo y capitalismo competían por el predominio del diagnóstico y las propuestas para el mundo surgido desde las guerras mundiales del siglo XX que habían afectado especialmente a Europa y Estados Unidos.

El desafío intelectual, en América Latina, fue interpretar en las claves ideológicas dominantes, conflictos y realidades con condiciones distintas a aquellos donde estas surgieron. Para la teología, el reto fue también salir de las estructuras de pensamiento ajenas a la realidad latinoamericana para identificar los signos de los tiempos, convirtiendo la historia en un “lugar teológico”.

Desde esa mirada, parecería posible retrotraer el problema de la iglesia católica y su relación con la cultura y la realidad social latinoamericana aún más atrás, a algunas décadas previas a los años 60, a fin de iluminar un poco por qué la Teología de la Liberación, no solo por su influencia marxista, sino por las características especiales de las iglesias latinoamericanas, tuvo desde sus comienzos enormes dificultades para relacionarse con la jerarquía eclesiástica, y así vislumbrar caminos posibles de salida para una crisis que tiene raíces históricas profundas en términos de su dificultad para mirar las sociedades latinoamericanas en su especificidad socio-cultural en el contexto de secularización.

La iglesia latinoamericana, desde su fundación como institución independiente del poder político –eran uno durante la monarquía hispana- tuvo que enfrentar un doble conflicto: por una parte, de defender su espacio de poder frente a los nuevos Estados y, por otra, de impedir la secularización social que implicaba la penetración tanto de las ideas del liberalismo como del socialismo. Mientras duró ese conflicto, que le ocupó hasta el último tercio del siglo XIX, la Iglesia se apoyó en una clase dirigente católica, conservadora y ultramontana, apoyada especialmente desde el pontificado de Pío IX.

En ese contexto, la visibilización de la cuestión social la encontró ajena a la realidad social latinoamericana, especialmente a la pobreza como problema teológico y político. El pobre era visto exclusivamente como sujeto de caridad y evangelización. Cuando Augusto Orrego Luco publicó, en 1884, su pionera serie de artículos en La Patria de Valparaíso sobre la cuestión social, sostuvo que «la autoridad eclesiástica chilena se encontraba disputando contra los liberales por las llamadas Leyes Laicas»; cuando León XIII difundió la Encíclica Rerum Novarum, el Arzobispo Casanova, en medio de la Revolución del 91, no la comprendió como un llamado de atención hacia un giro en la mirada eclesiástica. Recién desde los años 20 del siglo XX se puede identificar una iglesia más cercana al mundo de los pobres y preocupada de articular un pensamiento social-cristiano de raíz latinoamericana, el cual desde sus inicios tuvo dificultades con los sectores de la élite social conservadores y tradicionalistas. Baste recordar el reproche implícito en la pregunta del Padre Hurtado sobre si Chile era un país católico.

Lo anterior explica que la Teología de la Liberación tuvo, en sus comienzos, el problema de dialogar con una tradición eclesiástica ultramontana. En los años 70, fue reprimida por la ola autoritaria que cubrió el continente, aunque sobrevivió justificada por su compromiso con los derechos humanos. Con posterioridad, como reconoce Costadoat, fue desafiada por los acelerados procesos de individuación y el descuido de las comunidades eclesiales de base por parte del clero.

Respecto de su futuro son comprensibles los desafíos a que la somete Costadoat: teologías diversas, especialmente la feminista; encierro teológico sobre sí mismo sin confrontación con la realidad; dificultad de elaborar nuevas miradas por una vigilancia intimidante por parte de la autoridad. Tal vez sería interesante, además de atender a las necesidades de liberación del pueblo, que ausculte con una mirada teológica las necesidades de liberación al interior de la propia institución eclesiástica de manera de superar la crisis actual apuntando a aspectos estructurales que podrían estar en su base. Que se pregunte, por ejemplo, sobre la posibilidad teológica de eliminar el celibato, de revisar la forma de elección de sus autoridades, sobre el sacerdocio femenino, sobre la autoridad que merecen los laicos.